Hola, aqui con otro relato navideño de terror que me encontré en la red, espero les guste.
El regalo, de Vidal Fernández Solano.
Pasos. Amortiguados por la alfombra del salón, pero inconfundibles. Nicolás permaneció despierto unos minutos, tratando de discernir hacia dónde se dirigían, temeroso de escuchar, quizás, cómo subían los peldaños de la escalera y se aproximaban a la puerta de su habitación. Arropado hasta por encima de las narices, con el corazón palpitando con fuerza en su pequeño pecho, esperó. Los pies seguían arrastrándose abajo; al parecer quien fuese no tenía la más mínima intención de avanzar hacia ninguna parte: se había estancado en el salón de la casa aquella noche de 24 de diciembre y había decidido quedarse allí, esperando quién sabe qué. Entonces cayó en la cuenta: David se lo había dicho en la escuela unos días antes y él no había querido creerle. «No existe Papá Noel»,había afirmado su amigo con el aire misterioso del que está en poder de un secreto universal, «son los padres los que dejan los regalos bajo el árbol». Así que se trataba de eso: su padre o su madre, o quizá ambos, eran los que le habían despertado en medio de la noche mientras preparaban su engaño para la mañana siguiente. «Pues esta vez se van a llevar una sorpresa», pensó. «Voy a bajar y a pillarles con las manos en la masa. A ver qué cara ponen cuando su trampa quede al descubierto». Armado de valor, decidido a poner en evidencia a unos padres que falsificaban papanoeles y engañaban a niños inocentes, saltó de la cama y se calzó las zapatillas. Con sumo cuidado se acercó a la puerta y la abrió muy despacio, rezando para que a las bisagras no se les ocurriese chirriar en medio de la noche. No lo hicieron. Más lentamente de lo que su impaciencia le permitía, se obligó a bajar escalón tras escalón, casi sin respirar, hasta que llegó casi abajo. Dio un salto sobre los dos últimos y se plantó en el salón, dispuesto a dar el golpe de gracia. Sin embargo, se quedó con la boca abierta, las palabras se le quedaron en la garganta. Allí, delante de él, junto al árbol de Navidad, un traje rojo refulgía bajo la luz de las farolas que entraba por la ventana. Una silueta alta y regordeta se afanaba, dándole la espalda, sin percatarse de su presencia. Nicolás se acercó y, cuando estaba a poca distancia, la figura se volvió, revelando un rostro rubicundo enmarcado por una larga y poblada barba blanca.
—¡Papá Noel! ¿Eres tú de verdad?
—Por supuesto ¿quién pensabas que era?
—Yo… bueno… David dijo que… en fin, David es…
—Sí, ya lo sé —Papá Noel dejó escapar una risilla—. Yo lo sé todo. Sé quién es David, sé cómo os habéis portado… todo.Nicolás sintió una ligera incomodidad, no le gustó la manera en que Papá Noel había dicho las últimas palabras. Pero la curiosidad se impuso por encima de todo lo demás. —¿Llevas mis regalos en ese saco? —el enorme saco permanecía delante del hombretón, a poca distancia de Nicolás— ¿Me has traído todo lo que pedí?
El niño hizo ademán de acercarse al saco, pero entonces el anciano tiró de él y lo puso fuera de su alcance con un gesto brusco. —Un momento —la voz ya no era tan amable como antes—, ¿has sido bueno? Solo los niños buenos merecen regalos. —Claro, Papá Noel —Nicolás no pudo ocultar su decepción—. Soy bueno.
—¿Seguro? ¿No tienes nada que contarme? Nicolás titubeó un segundo antes de replicar. —Sí, de verdad. Procuro obedecer a mis padres, me porto bien en el colegio… —Ajá —la sonrisa de Papá Noel había desaparecido por completo
—¿y qué me dices de Bolita? —¿Bolita? No sé qué quieres decir, no… —El gato. ¿Qué hiciste con bolita? ¿Acaso no lo atrapaste en el garaje con una trampa para zorros? ¿Y después, con el cuchillo que habías cogido de la cocina? ¿Tampoco me vas a contar que lo enterraste en ese rincón del jardín lleno de trastos y hierbajos?
—¡No fue así! —Nicolás se sintió tan atrapado como el gato. Eso no era lo que se esperaba de Papá Noel, no era así como lo pintaban en la tele— ¡Fue un accidente! Yo no… —¿Un accidente? Entonces, ahora me dirás que lo de la pequeña Elenita también fue un accidente. Tú no pretendías hacerle daño cuando la llevaste al extremo del parque y la empujaste terraplén abajo hasta la carretera ¿verdad? Nicolás estuvo a punto de contestar, pero entonces recordó las palabras: «Yo lo sé todo», había dicho papá Noel. De nada servía mentir en ese momento. —De igual manera, fue un accidente cuando David y tú pusisteis una hoja de afeitar en el bocadillo de Muhammad, ni fue intencionado cuando…
—¡Basta! ¡Tú no eres Papá Noel! ¡No puede ser, él no es tan malvado, él quiere a los niños! La sonrisa se extendió por el rostro de Papá Noel. Por todo el rostro, de lado a lado. Se arrancó la barba y parte de la piel, para sorpresa de Nicolás. Siguió tirando, despellejandose pedazo a pedazo hasta que solo
quedó un ser inhumano que apestaba a podrido. Las manos se habían convertido en garras huesudas. El traje, que antes se veía relleno, ahora colgaba flácido sobre la figura esquelética y sanguinolenta. Abrió la boca para hablar. Una enorme cucaracha salió por el orificio, pero la perspectiva exterior no debió agradar al bicho y se volvió a meter entre las dos hileras de dientes puntiagudos.
—Puede que tengas razón. Es posible que no sea quien tú esperabas esta noche, pero eso ya no importa. Si lo piensas, no hay mucha diferencia entre Papá Noel y el hombre del saco. Y además, sí que he traído un regalo para ti —la voz silbaba entrecortada y rasposa entre los pingajos que ocupaban el lugar de los labios de la criatura—. Está justo dentro del saco. Ven a verlo, pequeño. Es un regalo a tu medida.
Nicolás iba a gritar cuando una garra se cerró en torno a su garganta, apretando tan fuerte que no podía respirar. El hombre del saco lo levantó en vilo, lo acercó hacía sí mientras el niño se revolvía y pataleaba y su cara se tornaba azulada y luego de un morado oscuro. Entonces la zarpa lo soltó dentro del saco, en la más completa oscuridad. En cuanto tomó aire chilló, pero allí no oía sonido alguno. Tanteó a su alrededor y tocó un bulto peludo y húmedo. Bolita, sin duda. Reculó y chocó contra un cuerpo
algo más pequeño que el cuyo. Palpó un cabello sucio y mojado —de sangre—, no le hizo falta preguntar por la identidad de su dueña. Corrió y gritó, hasta que las fuerzas le abandonaron.
Un aneurisma, dijeron los médicos. Hay una explicación científica para todo. Es improbable en un niño tan pequeño, pero no imposible.
Los padres de Nicolás le encontraron en su cama el día de Navidad, preocupados porque el pequeño no se levantaba a abrir sus regalos. No tenían forma de saber que había agonizado —solo y abandonado— poco a poco en un lugar muy, muy lejano y frío.
Imagen Google.
Espero que este relato los pudiera entretener y puedas añadir algún comentario.
También los invito a seguir mi blog
http://detodounpocomexpreso.blogspot.mx/
En el cual voy poniendo los libros que voy terminando., así que hasta luego y gracias.
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