viernes, 11 de diciembre de 2015

lectura para entretener, relato de terror navideño.


Hola, para armonizar con la epoca, aqui un relato navideño,
pero un poco diferente.



BAJO LAS LUCES DEL ÁRBOL de Virginia S.V. Riesco.


La llave del horno concluyó su recorrido justo a tiempo para calentar los panecillos y comenzar a poner la mesa. Luis estaba apoyado de costado sobre la encimera mientras removía con desgana una salsa de arándanos. Su mujer, Claudia, se había puesto un vestido negro a juego con el peso de su alma. Era la primera Navidad que pasaban sin los abuelos.
—Alcánzame los guantes —pidió ella mientras abría la puerta del horno. Luis, que no había levantado la vista del móvil desde que habían empezado a hacer la cena, tanteó sobre la superficie de la mesa y le lanzó dos manoplas de color chocolate. —Podrías hacer algo, para variar —le reprocha ella después de servir el cordero en la fuente.
—No sé qué más queda por hacer: Paula está viendo la tele y la cena ya está lista. Ella le miró de reojo y resopló mientras partía por la mitad las patatas asadas. 
—Anda, ¿por qué no aprovechas que está entretenida y bajas al trastero? Después colocamos sus regalos debajo del árbol. Ya sabes, cuando se acueste -le propuso y le lanzó un beso. Luis asintió y cerró la puerta que separaba la cocina del salón para que la niña no le viera salir. 
—Te hago una perdida al móvil cuando suba para que me abras —dijo intentando disimular una sonrisa de emoción. Le encantaba planificar sorpresas.
Claudia sonrió y le empujó hacia el umbral de la puerta. 
—No te entretengas que vamos a cenar enseguida. 
—Descuida, son solo cuatro cajas de nada. Ella rió. 
—Oye —le llamó cuando ya estaba bajando las escaleras—, ¿a mí qué me has comprado? 
—¡Ah, sorpresa! —contestó levantando las manos en el aire y continuó bajando. Claudia cerró la puerta sin hacer ruido y regresó a la cocina. Paula había entrado y ahora estaba robando una de las magdalenas que habían preparado para el postre.
—¿Qué haces, cielo? Esos dulces son para Santa. 
—Él me ha dicho que coma lo que quiera. No le importa 
—contestó la niña con la boca llena. 
—Deja de picotear y ve a lavarte las manos. 
—¿Dónde está papá?

Claudia se mordió el labio pensativa. 
—Ha bajado a comprar tabaco. Ahora mismo sube. Así que, venga, ¡al baño! —le apremió cerrando después la puerta de la cocina—. Ay, por favor, Luis, que no te vea… —dijo en voz alta para sí misma. En ese momento sintió que el teléfono móvil vibraba dentro de su bolso. Claudia se acercó corriendo y colgó con el corazón latiéndole con fuerza. Ya estaba subiendo. Después frunció el ceño. Le parecía muy extraño que su marido le hubiese hecho una llamada perdida desde un número privado. El teléfono volvió a sonar. Claudia pestañeó y descolgó con la voz temblorosa. 
—¿Sí? —Hola —escuchó que decía al otro lado de la línea una voz varonil en un susurro ahogado.
—¿Quién es? 
—Soy yo —la voz parecía sonar lejana, como si pretendiera forzar su timbre. 
—¿Luis? —No, tesoro, Luis está ocupado. Pero no te preocupes, dentro de poco los tres os encontraréis bajo tierra. 
—¿Quién coño eres? —exclamó ella. No soportaba las bromas telefónicas. 
—Soy el regalo de tu niña. 
—Vete a la mierda, cabrón —gritó—. No vuelvas a llamar.
Colgó. Entonces golpearon la puerta. Ella se acercó el teléfono al corazón y, con miedo, observó a través de la mirilla. Vio unas manos con el reloj de su marido cargando con los regalos. Suspiró y quitó el pestillo. 
—La niña está en el baño —le avisó—. Si los escondes en el mueble del salón no te verá. Yo voy a entretenerla para que no salga. 
—Está bien —contestó dándole un beso—. ¿Te ha pasado algo? Pareces ausente. 
—No, no. Estoy bien. Ya sabes: mis padres —mintió. Luis asintió y desapareció tras la puerta del salón. Claudia apagó el teléfono.
— Buenos días, mi amor —escuchó que le decía su marido al oído. Ella abrió los párpados y se dio la vuelta para mirarle. 
—Luis, solo son las siete de la mañana. ¿Qué haces?
—Quería aprovechar estos minutos para darte parte de tu regalo —dijo acercándose más a ella y mordiéndole el cuello. —Creo que anoche bebimos demasiado —se rió. 
—Es verdad. Nos sienta fatal el alcohol. Un grito infantil corrió atravesando el pasillo, entró en la habitación y saltó sobre la cama. —¡Los regalos, los regalos! ¡Están en el salón! —gritaba Paula entre medias de los dos. 
—Corre, ¡ve a abrirlos! —le apremió Luis mientras Claudia se abrochaba la bata y el camisón.
Paula asintió y se lanzó de nuevo al pasillo. 
—Voy a aprovechar para echarle gasolina al coche y comprar después el desayuno. No tardaré mucho —dijo él entonces. Ella asintió y caminó detrás de su hija mientras Luis se ponía la ropa del día anterior.
Vio a Paula saltar entre los envoltorios que ya había despellejado gritando y mostrándole el nuevo juego de la PlayStation. Claudia se sentó con ella en el sofá sonriendo y Luis salió por la puerta. Mientras ella y la niña montaban la casa de muñecas, Claudia vio por el rabillo del ojo algo que le llamó la atención. Oculto tras las luces del árbol, pudo distinguir la figura de un payaso de casi medio metro de altura que las miraba sonriente. Un escalofrío le recorrió la espalda. No dejaba de pensar en la llamada que había recibido la noche anterior. Frunció el ceño. El payaso portaba una pala. Paula la llamó mientras le enseñaba cómo había dispuesto el salón de juguete, pero Claudia no podía apartar la mirada de esas diminutas gotas de sangre que había descubierto bajo el abeto. 
—Sí, cariño, qué bien —musitó mientras encendía de nuevo su teléfono móvil.
—¿Sí? —escuchó que decía Luis al otro lado.
—Cariño, ¿tú le has comprado a la niña un juguete de un payaso? —¿Yo? Qué va, ¿por qué? —Porque hay uno bajo las luces del árbol.



Imagen Google




Espero que este relato los pudiera entretener  y puedas añadir algún comentario.

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En el cual voy poniendo los libros que voy terminando., así que hasta luego y gracias.




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